miércoles, 15 de diciembre de 2010

La proeza del Mazembe: África vibra con su triunfo.

Hay competiciones en las que de por sí, y antes de comenzar, se intuye qué equipos pueden llevarse el gato al agua en la misma y alzarse con el título, importando poco si hay alguna derrota dolorosa de por medio, siempre y cuando el final sea el pretendido previamente.

Ligas domésticas, supercopas, copas nacionales e incluso la Liga de Campeones y la Europa League, son torneos que tienen una dimensión deportiva y social más focalizada, más delimitada en ciertas partes del territorio de cada nación o continente por lo que la repercusión social que tienen es grande pero no llega a la del tipo que puede causar en una competición nueva, con apenas 5 años de existencia real, y una serie de incongruencias en el camino desde el 2.000 hasta el 2.005 que impidieron realizar la competición. Es el Mundial de Clubes de la FIFA, para mí uno de los pocos aciertos del organismo internacional del balompié en la primera década del nuevo siglo.

Y es que la dimensión que poco a poco se le va otorgando a una competición tan global, tan multirracial, tan diversa, tan enigmática hace de ella una competición que muy pocos valoramos como importante hoy en día pero que en unos años mucha gente considerará fundamental.

¿Por qué durante años sólo han jugado el torneo – o mejor dicho, el único partido- equipos europeos y sudamericanos, y se consideraba al ganador como el mejor equipo del mundo?¿Acaso África, Asia, u Oceanía no son continentes de este planeta?

El fútbol está en constante evolución y los organismos parece ser que han tardado en dar el paso definitivo para ver una competición global de fútbol, en donde cada rincón del planeta se vea representado aunque sea mínimamente, sin pensar en alguna ocasión como si no fueran parte de este mundo, como si no tuvieran una ilusión por empujar espiritualmente a su equipo hacia la victoria, privándoles unos comisarios de quizás una de sus pocas ilusiones en muchas de sus vidas tristes.


Por ello, y por esa gente que soñó algún día con ver a sus vecinos, a sus amigos, jugar contra muchos de sus futbolistas preferidos, me animé a escribir sobre la victoria del equipo congolés. TP(Todo Poderoso) Mazembe es el nombre completo de este humilde club para el resto del mundo, pero exitoso para África. Fundado en 1.939por unos monjes benedictinos, ha ido escalando a nivel africano de forma sorprendente, hasta llegar a ser uno de los más poderosos del continente, y vigente ganador, por segundo año consecutivo, de la Liga de Campeones de África (6-1 ante el Espérance Sportive de Túnez). Su humildad y trabajo rompieron barreras hace unos años en el continente, pero ayer derribaron quizás el obstáculo más grandes hasta entonces: Derribaron el bunker del fútbol mundial, demostrando que la ilusión puede con todo, sin importar dinero ni calidad, sólo con esa fuerza a la que pidieron ayuda con sus rezos al comienzo de ambas mitades, y con el apoyo de su gente, que llevaba tiempo deseando ver a los suyos en un escalón importante del fútbol mundial. Y lo consiguieron, venciendo nada más y nada menos que 2-0 al Internacional de Portoalegre de Giuliano, D’Alessandro, Tinga y compañía que estaba pensando en la final del sábado sin acordarse de que el fútbol es tan imprevisible como para menospreciar al rival, hecho que pagó caro, y que le costará ser el primer equipo que cae en semifinales con un conjunto del continente negro.

Pero es lo de menos, es lo superfluo de este asunto que ha puesto de manifiesto la grandeza de la proeza del conjunto congoleño en la competición, que le ha permitido ser recolocado en un mapa en el que parecía que ciertos territorios no existían en el mundo del fútbol.

Blatter seguro que estará contento al ver como su competición se globaliza, se magnifica y no es un pequeño holding de equipos que se disputan cada año el preciado torneo. El Mazembe ya está en la final del Mundial de Clubes, y oficialmente, si lo gana, llevará el escudo de la FIFA que atesora ahora mismo el FCB como mejor equipo del mundo, por lo que podría recoger el testigo del equipo de Guardiola. Y si pierde, será una derrota menor, porque ganará el fútbol global, y en definitiva el Mazembe ya ha ganado.

La alegría, la justicia, la ilusión, la diversión, la diversidad, la grandeza del pequeño, la humildad, el trabajo y la perseverancia han abierto las puertas hacia un fútbol global, que no sólo celebran en Lumbumbashi, sino en toda África, en donde su magnitud social es más grande que la deportiva, sólo por el anhelo de la igualdad, sólo por la esperanza de un mundo mejor en lo cotidiano para ellos, sólo y mucho a la vez por ser considerados como los grandes olvidados de este mundo incoherente y capitalista que muy pocas veces mira por ellos, y desde el que ellos miran y sonríen perennemente cuando pierden, ganan y empatan. Y ellos nos han dado a todos una nueva lección, de tantas que dan a lo largo de sus vidas con ese carácter afable, y dulce. Esta victoria es el triunfo de África como UNIDAD, ya que es un triunfo del fútbol negro y en general del fútbol como acontecimiento social más que deportivo, que intenta aunar esfuerzos y ser lo más cosmopolita posible. Se han colado en el guión, lo que les permite ser, aunque sea por un día, los grandes protagonistas de este deporte.

lunes, 6 de diciembre de 2010

El despegue -parece que definitivo- de Nasri

Chateauroux (Francia) Sábado 15 de Mayo de 2.004. Final del Europeo sub 17 entre las selecciones de Francia y España. La anfitriona llega a su cuarta final de un campeonato continental tras las dolorosas derrotas anteriores.
La España de un tal Cesc Fábregas será el rival a batir por los galos para llevarse el primer entorchado europeo sub 17 de su historia. Encuentro muy disputado que llega antes del minuto 90 con empate a uno, gracias a los goles conseguidos por Kevin Constant para los galos y Gérard Piqué para los españoles. Pero cuando corre el minuto casi 90, un tal Samir Nasri del Olympique de Marsella coge el balón en tres cuartos de campo, avanza con esa exquisita conducción de balón, y se saca un portentoso y colocado disparo que se cuela en la meta del español Adán. 2-1 para Francia, campeonato de Europa en el bolsillo y comienzo de una carrera fulgurante pero…intermitente pero todavía prometedora.

Lo anterior podría ser perfectamente un párrafo de cualquier periódico deportivo galo o internacional que le hubiera dado cierta relevancia al Europeo sub 17 de Francia del año 2.004. Allí se formó, posiblemente por esa carrera que se preveía prometedora, un gran buzón de ilusiones y esperanzas puestas sobre aquel chico que intentó hacer sombra a otro llamado Fábregas que impresionó a la mayoría de ojeadores de clubes asistentes al torneo, cita llena de jóvenes promesas dispuestas a dar guerra en posteriores años.

Samir Nasri tuvo la gloria en la final tras guiar a su equipo hacia la finalísima, territorio comanche tras las derrotas sufridas en campeonatos anteriores. Pero la afrontó como el eje del equipo, como ese líder capaz de decidir un partido gracias a su exquisitez técnica y llegada.
Marsella, su ciudad natal, había descubierto al mayor diamante en bruto tras la casi utópica creencia de que jamás saldría un jugador de cierto parecido y exquisitez al adorado Zinedine. Las comparaciones quizás no le hicieron bien, algo que le afectó en ocasiones en su juego aunque no le impidió ser el mejor jugador joven la Ligue 1 en 2.007, llevando a su equipo al subcampeonato liguero tras varios años en el ostracismo.
En 2.008, todos los focos se fijaron en él cuando Arséne Wenger se lo llevó para Londres, como uno de los pilares que construirían el nuevo Arsenal, ese nuevo club lo más parecido a las selecciones inferiores, en donde la creatividad de Samir, junto con la categoría ya adquirida por Cesc Fábregas, harían del equipo gunner un auténtico filón en Europa. Todos los focos de la prensa internacional, que había quedado asombrada con el galo, recaían ahora sobre él.
Pero, o las lesiones, que le impidieron tener continuidad, o su nueva reubicación en la derecha, que le hizo sentir incómodo, estancó las prestaciones de aquel prodigioso mediapunta que parecía condenado a ser simplemente un actor secundario de la película del director Wenger. Bajó su popularidad, bajó ese enfoque de los analistas internacionales sobre él, y Nasri volvió la temporada pasada con algunas actuaciones que hicieron re- creer en él a muchos de los apasionados de este deporte. Y el sábado, cuando todo el mundo veía que el partido se le complicaba más de la cuenta ante el Fulham, un sensacional Nasri apareció de nuevo en escena, con más fuerza que nunca, para asombrar al mundo con dos golazos de auténtico fenómeno mundial, de futbolista llamado a hacer historia en este deporte. Por cualidades no va a ser,la continuidad es su asigantura pendiente. Despegó Nasri de ese letardo en el que parecía estar inmerso, para demostrar al mundo, que aquel niño de 2.004 que tanto prometía, no les iba a defraudar; es más, su despegue acaba de comenzar para llegar al olimpo de los grandes del balompié.